lunes, 23 de abril de 2012

No siempre he sido así, antes creía en los cuentos de hadas.


Confiaba en que un día un príncipe vendría a buscarme y tras montarme en un blanco córcel me llevaría a su gran castillo.
Pensaba de veras, que si besaba un sapo, se convertiría en un bello muchacho dispuesto a quererme.
Creía incluso, que los buenos siempre ganaban y que los malos eran castigados y hasta que dejaban de portarse mal.
Llegué a pensar una vez, que era una princesa, con cabellos preciosos y rubios, ojos con largas pestañas, vestidos acampanados de colores vivos combinados con zapatos del mismo tono y una tiara de diamantes.
Me confundí, ahora lo sé.
Con la edad descubres que la realidad no se asemeja en nada a los cuentos de hadas; que los principes no siempre llevan corona, que no montan en caballos sino en motos que emiten fuertes estruendos, que los sapos son sapos, que los malos normalmente ganan y los buenos han de soportar las injusticias que mueven el mundo, y que desgraciadamente no soy una princesa, pues mi pelo se engreña con el agua, mis pestañas no son largas ni oscuras, no visto con vestidos pomposos de colores llamativos y no llevo coronas.
Pero aún así, sigo creyendo en una de las cosas en las que creía de pequeña; los sueños se cumplen, siempre y cuando los desees con suficiente fuerza. Y yo deseo con fuerza más que suficiente todos y cada uno de mis sueños.
W.

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